Dicen algunos que los traductores somos gente rara, entendiéndose por rara y según la Real Academia Española de la Lengua es raro el que es extraordinario, poco común ó frecuente (entre otras acepciones). En ese sentido comparto la opinión de la RAE, pues es de ser raritos pasarse horas leyendo textos sobre el espacio terrenal un día o sobre astronomía al siguiente y al tercer día sobre química, esto es así cuando uno no es especialista de nada y suele ser poco habitual que uno sepa de todo, pero es que antes de especializarse un traductor en una temática concreta traduce un poco de todo para conseguir un bagaje cultural comparable con el de pocos; no es que los traductores sepamos de todo realmente, pero sí que es cierto que solemos poder enlazar conversaciones de diversa temática porque siempre nos acordamos de aquel momento en el que hemos traducido tal o cual cosa. Muchos amigos, a menudo, nos tildan de “pedantes” porque no se nos sorprende fácilmente. Esta debe ser la madera del traductor profesional y esto es precisamente un carácter diferenciador y ciertamente un profesional que aporta valor añadido a los millones de intrusos que se asoman a la profesión de traductor o intérprete intentando arrebatarnos el puesto. Yo suelo decir que el ser humano es francamente sabio y que cuando contrata a un profesional de la traducción sabe que no le va a fallar; el problema está desgraciadamente en que la mentalidad del ser humano, sobre todo, del latino y más concretamente del español no le importa mucho el fin sin el medio le resulta más barato, por eso contrata a un amateur de la profesión pensando que tal vez le pueda solventar el problema de poner unos términos en un idioma diferente al suyo. Lo que este comprador de traducción no recuerda es que lo barato suele ser caro. Además, suele desconocer la dificultad que supone el conocimiento profundo del idioma y la cultura que lleva detrás toda lengua extranjera y rechaza, en múltiples ocasiones, sobre todo en esta época de tormenta económica, la contratación de los servicios de auténticos virtuosos de las letras.
Esta es nuestra difícil tarea como traductores, la de concienciar, educar y, por ende, convencer a nuestros potenciales clientes que una traducción hecha por un traductor profesional conlleva todas las garantías de éxito y aporta valor añadido a toda empresa que se precie de serlo. De lo contrario, podríamos encontrarnos con un contrato sin firmar, un negocio que transmita falta de rigor profesional y una imagen más que deteriorada que nuestro empresariado actual español no se merece hoy por hoy. Hablemos de futuro con capacidad de adaptación al entorno y para ello no basta con pasar un verano o unas largas vacaciones en el extranjero y sí estudiar en profundidad el idioma y sus variantes, incluidas las terminologías concretas de cada sector.
Como traductora e intérprete profesional con más de 15 años a mis espaldas, me siento gratamente compensada cada día que consigo un nuevo cliente porque supone dar un pasito más hacia la consolidación de la visión profesional que el cliente tiene de nuestra profesión. Gracias a todos mis clientes porque juntos ponemos un granito de arena más en esa playa de la profesionalización, necesaria para salir de la tan manida palabra “crisis”. Créanme que se trata de una inversión segura y no de un gasto superfluo, y ejemplos tengo muchos. Otro día hablaré de ellos. He aquí un postre.